
El miércoles 23 de febrero nos reunimos en los Bajos del Centro del Exilio en Velez-Málaga para celebrar otro taller de filosofía, esta vez, para hablar sobre la aceptación.
Para comenzar, hicimos una breve ronda de presentaciones, donde se les pidió a los asistentes que dijeran, además de su nombre, algo que les costara aceptar, por ejemplo, un hecho, situación, aspecto de la realidad o de sí mismos. Esto sirvió para empezar a tomar contacto con el tema y dirigir la mirada hacia uno mismo, para hablar desde nuestra experiencia.
Luego se pasó a definir la aceptación, aclarar lo que es y lo que no es, para partir desde una base común. Se dijo que la aceptación tiene que ver con abandonar las resistencias mentales que nos impiden experimentar de forma directa y plena algo, ya sea un hecho, una experiencia o estado interno, tal como propone la filósofa Mónica Cavallé. Aceptar es atreverse a vivenciar y sentir lo que es aquí y ahora, es permitir que las cosas sean lo que son. Llevado a nosotros mismos, la aceptación es la capacidad de vivenciar, sin resistencias, cualquier dimensión de nuestra realidad, en otras palabras, es permitirnos ser lo que somos y cómo somos en este momento.
También se aclaró qué no es la aceptación, por ejemplo, aceptar no es aprobar, no significa que me guste lo que hay, que esté de acuerdo. Tampoco es resignación, ya que, como vimos, cuando parto de la aceptación es cuando realmente puedo cambiar aquello que necesita ser cambiado. Por tanto, aceptar no es quedarse sentado en el sofá inactivo, mientras suceden injusticias, sino que precisamente, es la aceptación la que me permite ver con claridad para distinguir lo que depende y no depende de mí y tomar acción cuando es necesario. La aceptación es el punto de partida para la acción, ya que me sitúa en un lugar desde el cual puedo elegir con libertad qué es lo mejor para ese momento. De lo contrario, cuando no hay aceptación me “entretengo” luchando contra la existencia de la realidad, lo que, a fin de cuentas, no sirve de nada y solo trae sufrimiento. Se dijo también que la aceptación no es autosugestión, no significa ver sólo lo positivo, bello o agradable, ya sea de la realidad o de mí mismo, sino más bien atreverse a reconocer la realidad tal como es.
A lo largo del encuentro hablamos también de qué es lo que nos impide aceptar, por ejemplo, el miedo a sentir o el negar los aspectos desagradables o dolorosos de la realidad.
Hubo muchas preguntas de los asistentes, quienes compartieron sus dudas e inquietudes, por ejemplo, qué hacer frente a las injusticias del mundo. Aprovechamos ese momento para volver a distinguir la aceptación de la resignación, recordamos también que aceptar no significa justificar o que me guste lo que hay. Aceptar es simplemente no negar la existencia de lo que es, tampoco las emociones que me provoca, aceptar es acoger la realidad tal y como es y desde ahí juzgar si hay algo que yo pueda hacer o no. Vimos también que hay muchas cosas que sí dependen de nosotros, por ejemplo, acciones concretas para ayudar a personas necesitadas o cambios en mi comportamiento que beneficien a los demás o al medio ambiente. En este sentido recordamos la frase de Gandhi “sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”, que nos invita a actuar en vez de sólo quedarnos en la crítica o la queja.
Ya hacia el final del encuentro se planteó un ejercicio para tomar conciencia de nuestra vivencia de que lo que no aceptamos. Después de un pequeño ejercicio de centramiento, se invitó a los participantes a recordar algún aspecto de su vida o de la realidad donde tuvieran dificultad para aceptar. Se invitó a sentir las emociones que se experimentan en relación con ese tema, hacerse consciente de ellas y sentirlas, incluso en el cuerpo. Luego se invitó a poner atención al dialogo mental que acompaña a esas emociones, a esas frases que nos decimos mientras las experimentamos. Cuando finalizó el ejercicio se aclaró que ese diálogo mental contiene las creencias, muchas veces limitadas, sobre esa situación, hecho o experiencia. Las creencias son los juicios que hacemos sobre la realidad, todo lo que nos decimos sobre ella, es nuestra forma de interpretarla. Se invitó a poner por escrito esas creencias para luego cuestionarlas, preguntarse acerca de su verdad o falsedad. Se invitó también a hacerse consciente de que muchas veces son esas creencias las que nos impiden aceptar, se abrió, por tanto, la puerta para poner atención a esos juicios y para empezar a cuestionarlos, ya que es ahí realmente donde empieza el trabajo filosófico interesante que suele llevarse a cabo en consulta o acompañamiento filosóficos.